Actualidad de la Histeria
Daniel Senderey
Charcot quiso innovar la visión de la Histeria, arrancarles su secreto, pero no lo consiguió porque mantuvo siempre la posición escópica del médico.
Las histéricas respondían en el escenario teatral al que él las convocaba, frente a un público de científicos curiosos que asistían al espectáculo alimentando el goce voyeurista.
La Histeria es el paradigma del cuerpo hablante en busca de alguien que sepa escucharlo.
Si todos los seres hablantes hemos pasado por ese primer trauma que resulta del encuentro entre el cuerpo y el lenguaje, se puede decir que las histéricas pasan por un segundo encuentro traumático, el de su cuerpo con la medicina, pues lo que se produce es un enfrentamiento entre lo que trata de expresar con sus padecimientos corporales y el saber médico en el que esos síntomas no encajan.
El polimorfismo clínico de la Histeria es inabarcable: desde las contracturas musculares, dolores cervicales, mareos, nauseas, desmayos, dolores de cabeza, de ovarios, vértigos, cefaleas, migrañas trastornos relativos a los productos salidos del cuerpo: la orina o las heces, los mal llamados trastornos de la alimentación y podríamos continuar la lista sin agotarla.
Sus síntomas no hacen más que expresar un “Yo no soy completa” y también “Tú no eres completo” (cuidado con aquel que frente a la histérica no muestra su falta, ya sea partenaire, médico, o psicoanalista, ella hará todo lo posible para hacerle sentir el agujero y
dejarle en la impotencia)
Lo curioso es que ante semejante variedad de padecimientos del cuerpo, la medicina, desde sus orígenes haya planteado una sola causa: la existencia de un Útero migratorio que se desplaza por todo el organismo en busca de una satisfacción sexual que no se le está dando.
En nuestros días esta teoría nos parece directamente delirante; sin embargo, en ella se intuyen algunas cuestiones:
1° Toma el desorden del cuerpo como la expresión de un deseo sexual.
2° Pone el acento en la insatisfacción.
3° Le otorga un carácter específicamente femenino.
4° Se trata de algo que no está ubicado en su lugar natural
En relación a esto último es cierto que el sujeto histérico se caracteriza por no encontrar un lugar en el mundo, en el Otro, solo que no es el Útero sino la feminidad lo que no hay manera de ubicar en ninguna parte, constituyendo un verdadero enigma.
En sus comienzos Lacan señala que en la Histeria se responde a la pregunta por lo femenino a partir de la identificación viril: la histérica se identifica con un hombre, al tiempo que cede la posición femenina a alguna otra mujer que encarna para ella el misterio de la feminidad.
En “El psicoanálisis y su enseñanza” y en el Seminario 18, la cuestión es planteada por Lacan en términos de su hacer de hombre, ubicándose del lado masculino de la fórmula de la sexuación, detenida en la lógica de hacer existir al menos uno y no más de uno. Ella desea que de la multiplicidad de hombres exista al menos uno que sea la excepción, con una condición que para ese al menos uno ella sea la única, no más que ella, sólo ella. Exige ser un objeto agalmático o precioso que sustente el deseo del Otro pero sobretodo hacerle decir sobre esa causa. “Dime lo que busca tu deseo en mí o en la otra”.
Charcot se equivocó. Es verdad que el sujeto histérico busca un hombre, pero un hombre animado del deseo de saber.
Del lado mujer a la derecha hay referencia al goce (gozar y hacer gozar) del lado izquierdo masculino, la histérica un querer hacer existir.
Dora se priva de lo fálico por la Sra. K, rehusándose a poner el cuerpo en el encuentro con un hombre y expone sus síntomas conversivos, lo que Lacan en el Seminario 20 llama rechazo del cuerpo.
La Bella Carnicera pone el cuerpo y se queda insatisfecha, porque la presencia del pene, de aquello con lo que a título fálico podría ser atiborrada, lejos de compensar, le reaviva la herida de la privación. Tenemos a su marido dispuesto a «servirla», a comprarle caviar todos los días. Y a ella demostrándole que en lo esencial eso no arregla nada.
¿Qué verdad de estructura está aquí en juego? El carácter limitado del goce fálico con respecto a lo femenino.
¿La acerca esta verdad entonces a una posición femenina? No.
La paradoja es que este modo de abordar el falo – la privación – la deja detenida, no cesando de gozar fálicamente de lo que denuncia como déficit del lado fálico, y es porque el deseo permanece insatisfecho, a los fines de este goce, que deviene síntoma.
Consiste en no tomarse por una mujer – no soportar semblantear el lugar de objeto a del fantasma del hombre – en aras de sostener un goce absoluto, que además implique un saber. ¿De qué modo? Ubicando al padre en tanto amo pretende dominar el saber sobre el goce excluyéndose de él, o podríamos decir haciéndose privar de él, identificación a un padre idealizado cuyo secreto es que está castrado. ¿Qué permite esta estrategia? Sostener como posible – aunque no para ella –un saber sobre el goce, una otra que goza de un goce absoluto, lo cual no quiere decir que nuestra histérica no goce, muy por el contrario extrae de la insatisfacción una satisfacción que la apresa.
Precisamente la histérica no sabe de qué manera situar lo femenino, y viene a decirnos que su cuerpo es el lugar del síntoma y de la insatisfacción sexual.
Esta insatisfacción tiene muchos modos de presentarse: desde la frigidez de muchas histéricas que rechazan el goce que podrían obtener en el encuentro con el partenaire, en aras de ese goce ideal o absoluto que sólo existe en su fantasma, hasta aquellas que alardean de su competencia en la cama.
En todos los casos escucharemos la insatisfacción: “no es éste el hombre adecuado”, “no me desea lo suficiente”, “me desea pero no me ama”, “siempre tiene ganas pero nunca me dice que estoy linda”, “lo paso bien en la cama pero no sé si estoy enamorada”, “seguro que
hay otro que me haría sentir más mujer”.
Lo que la histérica expresa, sin saberlo, no es sólo su particular insatisfacción sexual, sino algo que tiene un alcance general, y es que para todo ser hablante la satisfacción sexual completa es imposible, eso fracasa.
Jacques Lacan, radicalizó a Freud planteando, en una sola frase la causa de todos los síntomas: la relación sexual es imposible. Lo que implica asumir que el ser hablante siempre hará síntoma con la sexualidad, entendida en su sentido más amplio, el que incluye la relación con el cuerpo del partenaire y también con el propio.
Lo que caracteriza a la histérica es que ella encarna ese desajuste estructural de la sexualidad, como si de alguna manera se considerara culpable del fracaso de la relación sexual cuya causa parecería alojarse en su propio cuerpo femenino marcado por una falta radical. Con su sufrimiento da testimonio de lo que no funciona en la sexualidad, exige que se la escuche, reivindica su lugar y denuncia la impostura del amo que pretende que todo esté en orden. Se dirige siempre a un otro, más precisamente a un padre ideal cuyo poder pone a prueba. Él debería aportar el remedio a su dolor de existir, pero sólo después de haber clarificado el misterio que este encierra. Si no es capaz de encontrar la solución, entonces, se demuestra su impotencia o su necedad. Para hacerse de este cuerpo la histérica, dice Lacan, cuenta con “la armadura del amor al padre” y, por eso, lo eterniza.
Si se trata de un padre potente, la histérica responderá con la protesta, la descalificación y el sentimiento de ser una víctima.
Si, por el contrario, es un padre impotente, ella tomará una actitud reparadora y solícita, dispuesta a ser su cómplice en el sostén del deseo. Estas reacciones están fundadas en el puro amor al padre y conllevan en ocasiones la renuncia a la propia sexualidad o se reflejarán en la relación con el partenaire sexual.
De querer ser el falo con que Lacan estigmatizó durante un tiempo a las histéricas, luego de la conferencia sobre Joyce en 1979 acentúa la diferencia entre la posición histérica y la de una mujer. Esta se específica por ser síntoma de un hombre, la histérica por ser síntoma del Otro, no es síntoma último sino penúltimo. Ser síntoma de un hombre no es la exigencia histérica como sabemos desde Dora.
El analista tiene que estar lo suficientemente advertido como para no dar una respuesta paternal a la demanda histérica, que solo conseguiría exacerbar la sintomatología y agenciarse la descalificación de la paciente.
Es habitual en el análisis de las histéricas comprobar su rechazo a pertenecer al conjunto de “las mujeres”, sobre las que vierten sus propios prejuicios. En el origen de este conflicto encontraremos la relación originaria con la madre y el temor a quedar identificada a la misma.
La curación analítica de la histeria pasa por la obtención de un “saber hacer” con la femineidad, lo que permite a una mujer ofrecerse, sin ambages, como objeto causa del deseo, y poder prestarse así al goce del hombre. Entonces ella podrá acceder al goce femenino sin tener que sacrificar su cuerpo.
* Daniel Senderey (Miembro de la EOL Sección Rosario, AMP) Este artículo está realizado en base al curso del año 2015: Histeria y Obsesión de la EOL Sección Rosario.