POR ROBERTO BERTHOLET

Cuando Lacan iluminó la formación del yo narcisista en función de la identificación y la alienación a la imagen configurada como gestalt, no sólo ponía el acento en su dimensión unificante y jubilosa, sino también en su dimensión enloquecedora, que aloja las condiciones de posibilidad para que el narcisismo encuentre vasos comunicantes con la pulsión de muerte. Es lo que Lacan destacó con el concepto de “pasión imaginaria”, en “La cosa freudiana” (Escritos 1, página 402, edición 2012), tomando en consideración que “llamamos pasión a una articulación del inconsciente con lo real del goce” (Eric Laurent, en “Los objetos de la pasión”, edit. Tres Haches, página 74).

En muchas ocasiones resulta evidente que la falta de recursos simbólicos empuja hacia satisfacciones narcisistas -aún más pobres y complicadas-.

La miseria neurótica empezaría, desde este ángulo, con las mismas condiciones de la formación narcisista –si no ponemos el acento tan sólo en la unificación del yo y de la imagen del cuerpo-, en el sentido en que Lacan sostiene:

“el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación” (Escritos 1, pág. 102, edición 2012)

Esa anticipación es tan problemática y de consecuencias tan o más nefastas que la insuficiencia, si no está tramitada por la vía simbólica, sintomática, o si queremos con el último Lacan, encontrándose ubicados los registros de modo tal que puedan armar y funcionar en tanto nudo.

De la “anticipación” narcisista aparecen efectos de omnipotencia, intolerancia, agresividad, tan frecuentes en la vida social, cada vez más en las últimas décadas.

Lacan destacaba los efectos del modo imaginario: el transitivismo y el conocimiento paranoico, entre otros.

Lo que Freud elaboraba como la indispensable mezcla pulsional para tramitar la mortífera presencia de lo más esencial de la pulsión (su empuje constante a una satisfacción más allá del principio del placer), en Lacan más bien toma la forma de la actuación de lo simbólico en su primera enseñanza, o del anudamiento de los registros en sus últimos Seminarios. Si el siglo XXI nos presenta claramente una configuración distinta a la de hace cien años en la cultura occidental, reconocemos claramente que tal mezcla pulsional, la actuación de lo simbólico o el anudamiento, actualmente están seriamente dificultados y requieren, entonces, de invenciones singulares, nada fácil de hacer aparecer, a falta de identificaciones simbólicas o tradiciones y significaciones de las que cada quien pudiera tomar una orientación convencional.

Si la época no facilita las identificaciones simbólicas que permitan un anudamiento que regule el delirio de suficiencia narcisista, la pantomima del comportamiento mostrará ese drama cuyo empuje interno no podrá ser regulado por los diques anímicos (asco, vergüenza y moral, como Freud lo sostenía en 1905) y desembocará en anticipaciones omnipotentes, tan frecuentes en tiempos del “niño generalizado”, en muchas ocasiones mostrando su cara trágica, que convertirán a eventuales semblantes en meros simulacros, tan lastimosos como inútiles para tratar lo real en juego.

Plauto, en su obra de teatro “Asinaria”, expresó la sentencia: “el hombre es el lobo del hombre”, que fue retomada por Thomas Hobbes en su “Leviatán”, en el capítulo XIII. También Freud lo decía a su modo cuando en “De guerra y muerte” (1915) sostenía: “lo imperativo del mandamiento «No matarás» nos da la certeza de que somos del linaje de una serie interminable de generaciones de asesinos que llevaban en la sangre el gusto de matar, como quizá lo llevemos todavía nosotros. Las aspiraciones éticas de la humanidad, cuya fuerza e importancia no hace falta andar criticando, son una conquista de la historia humana; y han devenido después, en medida por desdicha muy variable, el patrimonio heredado de la humanidad que hoy vive. (…) Y más: nuestro inconsciente mata incluso por pequeñeces; como la vieja legislación ateniense de Dracón, no conoce para los crímenes otro castigo que la muerte; y hay en eso una cierta congruencia, pues todo perjuicio inferido a nuestro yo omnipotente y despótico es, en el fondo, un crimen laesae majestatis {de lesa majestad}”

Es cierto que los mayores genocidios de la historia ocurrieron en los siglos XVI (el exterminio de los pueblos originarios de América a manos de los españoles, franceses, portugueses e ingleses de la “civilización” europea) y XX (por el nazismo). Ambos contaron con el apoyo de amplios sectores de la “civilización” de su tiempo. Es cierto que era un racismo que se apoyaba en argumentaciones “ideológicas”. Hoy estamos en un racismo diferente, sin tal argumentación. Los procesos actuales son solidarios del modo de goce narcisista, poniendo en evidencia una satisfacción que, en muchos casos, no está regulada por “las aspiraciones éticas de la humanidad” –como decía Freud.

“Les propongo la idea siguiente: lo que ha ocurrido estos últimos años en la vida cotidiana es una ruptura entre lo que Lacan llama la imagen, el Ideal del yo y el objeto a. También una ruptura entre el Ideal del yo y la imagen narcisista. La hipótesis que hago es que el Yo ideal va reemplazando más y más al Ideal del yo por medio de la ciencia. Cuanto más avanza la ciencia en el conocimiento y las modificaciones del organismo y de las imágenes, menos fuertes son los ideales tradicionales (significantes amos) que tenían que ver con un discurso del Otro sobre el cuerpo y el goce. Pero también encuentro que nunca las normas del Yo ideal fueron más fuertes. La decadencia del Ideal del yo y el desarrollo del yo ideal, hace de este Yo ideal la única norma de una imagen del cuerpo cortada del Otro de la palabra. Esta extensión del imperio de las imágenes, no reguladas por el imperio del lenguaje sino por el imperio de la escritura científica, son procesos para cambiar este Yo ideal” (Marie-Hélène Brousse, “Cuerpos lacanianos: novedades contemporáneas sobre el estadio del espejo”, en Colofón 29, julio 2009, página 22).

En tiempos del “imperio de las imágenes”, encontramos al objeto reemplazando al Ideal, y ello daría lugar a que el i(a) -núcleo del yo ideal- se ve sobredimensionado, con consecuencias sobre los modos de goce.

Hace 20 años, para las XII Jornadas del Campo Freudiano en España, Jacques-Alain Miller decía: “He propuesto el estudio de cómo se produce una transferencia de consistencia del objeto ‘a’ al yo, porque es algo que puede introducir cierta novedad (…) el ángulo del yo y el goce”. En esa misma ocasión, Jacques-Alain Miller introduce lo siguiente: “Mi propuesta es construir el modo de gozar -sea el yo, el fantasma, el carácter, la repetición, etc-, no como una referencia rápida, sino construirlo como una categoría que incluya todo eso. Porque me parece que, en la práctica, lo que encontramos como último límite es el partenaire. Y quizá el modo de gozar sea más nuestro partenaire que el sujeto tachado” (Jacques-Alain Miller, “Las patologías del yo en el análisis”, en “Introducción a la clínica lacaniana”, páginas 431 y 439).

La promoción del i(a) implica no sólo el goce de la ilusoria unidad, sino la presencia activa y permanente de elementos propios de un modo de goce mortificante, evidentes en muchas expresiones de la vida contemporánea, tales como algunas formas de inhibición, de pasajes al acto y por supuesto, frecuentes manifestaciones de intolerancia y violencia.

*Presentado en el grupo de investigación “Cómo se construye un cuerpo hoy?”, del ENAPOL 2015, realizado en San Pablo, Brasil.

Responsable del grupo de investigación: Daniel Millas

Miembros de la investigación: Karina Millas, Pablo Fridman, Raquel Vargas, Gabriel Racky, Gabriela Basz, Andrea Zelaya, María Eugenia Cora, Silvia Chichilnitzky y Roberto Bertholet (Miembro de la EOL Sección Rosario y AMP)