“EL PSICOANALISTA FRENTE A LAS IRRUPCIONES DE LO INESPERADO”

24 DE SEPTIEMBRE DE 2011

En los diferentes ámbitos de la vida nos encontramos con regularidades y reiteraciones, que suelen traducirse en hábitos, pero no menos nos enfrentamos con acontecimientos imprevistos, que irrumpen abruptamente, provocando desconcierto y angustia, no sólo por confrontarnos con algo extraño y no previsto, sino –y muy especialmente- por la sensación de no disponer de una respuesta conveniente frente a tal acontecimiento.
La estadística descarta, a partir de la curva de Gauss, los extremos y construye una media sobre la cual se montan todo tipo de concepciones que se proponen como científicas. Por el contrario, el psicoanálisis pone en el centro de la cuestión lo que escapa a la media, destacando las respuestas singulares frente a lo inesperado Desde otros campos del saber, se aborda el mismo tema dando lugar a lo impredecible. Giorgio Agamben dirá en su texto La desnudez: “El arte de vivir es la capacidad de mantenerse en relación armónica con lo que se nos escapa”[1]; también el matemático libanés Nassim Nicholas Taleb lo dirá de esta forma: “nuestro mundo está dominado por lo extremo, lo desconocido y lo muy improbable y aún así, empleamos el tiempo en dedicarnos a hablar de menudencias centrándonos en lo conocido y en lo repetido. Esto implica la necesidad de usar el punto extremo como punto de partida y no tratarlo como una excepción que haya que ocultar bajo la alfombra”.[2]
Charcot -de quien Freud fue alumno a principios de 1880-, sostenía: “la histeria es una esfinge que desafía a la más penetrante anatomía”. Y Freud supo responder de modo inédito a ese desafío: prefirió el discurso de la histérica a la teoría de los estados hipnoides, inventando un método adecuado tanto al material significante como al deseo en juego.
Y frente a cada irrupción de lo inesperado en su práctica, fue construyendo -en permanente reformulación- sus paradigmas y conceptos. De tal modo, “transferencia”, “pulsión”, “castración”, “síntoma”, “trauma” y muchos otros, van mostrando sus diferentes aristas.
Freud ha sido, en la historia del pensamiento occidental -y dadas ciertas condiciones de posibilidad-, una irrupción de lo inesperado, de tal magnitud que aún hoy siguen vigentes su deseo y su elaboración de saber.
Vigencia que cobró nueva fuerza con la enseñanza de Jacques Lacan, quien -retomando las elaboraciones freudianas de la transferencia y el lugar del analista- destacó no sólo la dimensión significante de la transferencia sino también su aspecto objetal, repetición de una satisfacción de la pulsión.
La formación del analista exige la elaboración de esta doble vertiente de la transferencia y sus consecuencias. Implica la responsabilidad de encarnar, en la práctica de orientación lacaniana, un nombre de lo inesperado.
Si ahora pasamos a acentuar “la irrupción” de lo inesperado -en tanto aparición abrupta-, destaquemos que, en la historia del psicoanálisis, a estos sucesos no predecibles se los conoce con el nombre de trauma. Así lo teorizó Freud en su encuentro con los síntomas de su época. Se trataba de aquellos acontecimientos que desbordaban las respuestas reguladas por el principio del placer.
Para Jacques Lacan, por su parte, el trauma se desplaza de la realidad efectivamente acontecida hasta el traumatismo provocado por el encuentro con lalengua, lo cual no descarta los sucesos traumáticos de la realidad sino que los re-significa -es decir, los constituye- a partir de la experiencia singular vivida por cada parlêtre con el imposible inscrito en el lenguaje. Para ordenar conceptualmente estos hechos, Lacan reintroducirá conceptos de La Física de Aristóteles, lo cual le permite abrir una dialéctica entre el automaton (la regularidad -al principio mencionada) y la tyché (la irrupción de lo inesperado) para subrayar el traumatismo del desencuentro constitutivo del sujeto.
Es de la mano del fantasma y del sinthome (última teorización que recoge lo que queda de los síntomas) que Lacan trabajará las dos modalidades lógicas de lo necesario y lo contingente para lograr a través de un análisis realizar ese pasaje de la “articulación” (fantasma) al “uso” (sinthome) que es justamente lo que le permitirá al parlêtre enfrentar la contingencia de una manera que le sea satisfactoria.
Se desprende de lo antedicho hasta qué punto la función del psicoanalista debe incluir en su posición el alojamiento de lo que no se puede anticipar, lo que requiere por parte de cada practicante del psicoanálisis dos condiciones ineliminables, mayores de la formación analítica: el análisis personal del analista y el análisis de control, lo que le permitirá a cada practicante confrontarse con el lapsus del acto.
Esperamos en estas Jornadas poner a luz tanto las invenciones del analista -con las que ha respondido a los imperativos del goce que el vértigo de la época actual ofrece al parlêtre- como, asimismo, los tropiezos producidos por cada practicante frente a lo inesperado con lo que se ha debido confrontar.

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